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A ESTO también se espanta mi corazón, y salta de su lugar.
Oíd atentamente su voz terri­ble, y el sonido que sale de su boca.
Debajo de todo el cielo lo dirige, y su luz hasta los fines de la tierra.
Después de ella bramará el sonido, tronará él con la voz de su magnificencia; y aunque sea oída su voz, no los detiene.
Tronará Dios maravillosamen­te con su voz; él hace grandes cosas, que nosotros no entende­mos.
Porque a la nieve dice: Desciende a la tierra; también a la llovizna, y a los aguaceros de su fortaleza.
Así hace retirarse a todo hom­bre, para que los hombres todos reconozcan su obra.
La bestia se entrará en su escondrijo, y estaráse en sus moradas.
Del sur viene el torbelli­no, y el frío de los vientos del norte.
10 Por el soplo de Dios se da el hielo, y las anchas aguas son constreñidas.
11 Regando también llega a disi­par la densa nube, y con su luz esparce la niebla.
12 Asimismo por sus designios se revuelven las nubes en derre­dor, para hacer sobre la faz del mundo, en la tierra, lo que él les mandara.
13 Unas veces por azote, otras por causa de su tierra, otras por misericordia las hará parecer.
14 Escucha esto, Job; repósate, y considera las maravillas de Dios.
15 ¿Supiste tú cuándo Dios las ponía en concierto, y hacía levantar la luz de su nube?
16 ¿Has tú conocido las diferen­cias de las nubes, las maravillas del perfecto en conocimiento?
17 ¿Cómo están calientes tus ropas, cuando él aquieta la tierra por el viento del sur?
18 ¿Extendisteel cie­lo con él, firme como un espejo sóli­do?
19 Muéstranos qué le hemos de decir; porque nosotros no pode­mos componer las ideas a causa de las tinieblas.
20 ¿Será preciso contarle cuando yo hablaré? Por más que el hom­bre razone, quedará como abis­mado.
21 He aquí aún: no se puede mirar la luz esplendente en las nubes, luego que pasa el viento y los limpia,
22 Viniendo de la parte del norte la dorada claridad. En Dios hay una majestad terrible.
23 Él es Todopoderoso, al cual no alcanzamos, grande en poten­cia; y en juicio y en multitud de justicia no afligirá.
24 Temerlo han por tanto los hombres: él no mira a los sabios de corazón.