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Al Músico principal: de los hijos de Coré: Masquil.
OH Dios, con nuestros oídos hemos oído, nuestros padres nos han contado, la obra que hiciste en sus días, en los tiempos antiguos.
Tú con tu mano echaste las gentes, y los plantaste a ellos; afligiste los pueblos, y los arro­jaste.
Porque no se apoderaron de la tierra por su espada, ni su brazo los libró; sino tu diestra, y tu brazo, y la luz de tu rostro, por­que te complaciste en ellos.
Tú, oh Dios, eres mi rey: manda saludes a Jacob.
Por medio de ti sacudiremos a nuestros enemigos: En tu nom­bre atropellaremos a nuestros adversarios.
Porque no confiaré en mi arco, ni mi espada me salvará.
Pues tú nos has guardado de nuestros enemigos, y has aver­gonzado a los que nos aborrecían.
En Dios nos gloriaremos todo tiempo, y para siempre loaremos tu nombre. Selah.
Pero nos has desechado, y nos has hecho avergonzar; y no sales con nuestros ejércitos.
10 Nos hiciste retroceder del enemigo, y saqueáronnos para los que nos aborrecían.
11 Pusístenos como a ovejas para comida, y esparcístenos entre las gentes.
12 Has vendido tu pueblo a cambio de nada, y no pujaste en sus pre­cios.
13 Pusístenos por vergüenza a nuestros vecinos, por escarnio y por burla a los que nos rodean.
14 Pusístenos por proverbio entre las gentes, por movimiento de cabeza en los pueblos.
15 Cada día mi vergüenza está delante de mí, y cúbreme la con­fusión de mi rostro,
16 Por la voz del que me vitupe­ra y deshonra, por razón del ene­migo y del que se venga.
17 Todo esto nos ha venido, y no nos hemos olvidado de ti; y no hemos faltado a tu pacto.
18 No se ha vuelto atrás nuestro corazón, ni tampoco se han apar­tado nuestros pasos de tus cami­nos.
19 Cuando nos quebrantaste en el lugar de los dragones, y nos cubriste con sombra de muerte,
20 Si nos hubiésemos olvidado del nombre de nuestro Dios, o alzado nuestras manos a dios ajeno,
21 ¿No demandaría Dios esto? porque él conoce los secretos del corazón.
22 , por tu causa nos matan cada día; somos contados como ovejas para el matadero.
23 Despierta; ¿por qué duermes, oh Señor? Despierta, no te alejes para siempre.
24 ¿Por qué escondes tu rostro, y te olvidas de nuestra aflicción, y de la opresión nuestra?
25 Porque nuestra alma está ago­biada hasta el polvo: nuestro vientre está pegado con la tierra.
26 Levántate para ayudarnos, y redímenos por tu misericordia.