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¿QUIÉN es éste que viene de Edom, de Bosra con vestidos bermejos? ¿éste hermo­so en su vestido, que marcha en la grandeza de su poder? Yo, el que hablo en justicia, grande para salvar.
¿Por qué es bermejo tu vestido, y tus ropas como del que ha pisa­do en lagar?
Pisado he yo solo el lagar, y de los pueblos nadie fue conmigo: pisélos con mi ira, y hollélos con mi furor; y su sangre salpicó mis vestidos, y ensucié todas mis ropas.
Porque el día de la venganza está en mi corazón, y el año de mis redimidos es venido.
Y miré, y no había quien ayudara, y maravilléme que no hubiera quien sustentase: y sal­vóme mi brazo, y sostúvome mi ira.
Y con mi ira hollé los pueblos, y embriaguélos de mi furor, y derribé a tierra su fortaleza.
De las misericordias del SEÑOR haré memoria, de las alabanzas del SEÑOR, conforme a todo lo que el SEÑOR nos ha dado, y de la grandeza de su beneficencia hacia la casa de Israel, que les ha hecho según sus misericordias, y según la multitud de sus miseraciones.
Porque dijo: Ciertamente mi pueblo son, hijos que no mienten; y fue su Salvador.
En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó: en su amor y en su cle­mencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días del siglo.
10 Mas ellos fueron rebeldes, e hicieron enojar su Espíritu Santo; por lo cual se les volvió enemigo, y él mismo peleó contra ellos.
11 Empero acordóse de los días antiguos, de Moisés y de su pue­blo, diciendo: ¿Dónde está el que les hizo subir del mar con el pastor de su rebaño? ¿dónde el que puso en medio de él su Espíritu Santo?
12 ¿El que los guió por la diestra de Moisés con el brazo de su glo­ria; el que rompió las aguas delante de ellos, haciéndose así nombre perpetuo?
13 ¿El que los condujo por los abismos, como un caballo por el desierto, sin que tropezaran?
14 El Espíritu del SEÑOR los pastoreó, como a una bestia que desciende al valle; así pastoreas­te tu pueblo, para hacerte nombre glorioso.
15 Mira desde el cielo y contem­pla desde la morada de tu santi­dad y de tu gloria: ¿dónde está tu celo, y tu fortaleza, la conmoción de tus entrañas y de tus misera­ciones para conmigo? ¿hanse estrechado?
16 Tú empero eres nuestro padre, si bien Abraham nos ignora, e Israel no nos conoce: tú, oh SEÑOR, eres nuestro padre; nuestro Redentor perpetuo es tu nombre.
17 ¿Por qué, oh SEÑOR, nos has hecho errar de tus caminos, y endureciste nuestro corazón a tu temor? Vuélvete por amor de tus siervos, por las tribus de tu heredad.
18 Por poco tiempo lo poseyó el pueblo de tu santidad: nuestros enemigos han hollado tu santua­rio.
19 Hemos venido a ser como aquellos de quienes nunca te enseñoreaste, sobre los cuales nunca fue llamado tu nombre.