9
Y EL día veinticuatro del mismo mes se juntaron los hijos de Israel en ayuno, y con sacos, y tierra sobre sí.
Y habíase ya apartado la simiente de Israel de todos los extranjeros; y estando en pie, confesaron sus pecados, y las iniquidades de sus padres.
Y puestos de pie en su lugar, leyeron en el libro de la ley del SEÑOR su Dios la cuarta parte del día, y la cuarta parte confesa­ron y adoraron al SEÑOR su Dios.
Levantáronse luego sobre la grada de los Levitas, Jesúa y Bani, Cadmiel, Sebanías, Buni, Serebías, Bani y Quenani, y cla­maron en voz alta al SEÑOR su Dios.
Y dijeron los Levitas, Jesúa y Cadmiel, Bani, Hosabnías, Serebías, Odaías, Sebanías y Petaías: Levantaos, bendecid al SEÑOR vuestro Dios desde la eternidad hasta la eternidad: y bendigan el nombre tuyo, glorioso y alto sobre toda bendición y ala­banza.
Tú, Oh SEÑOR, eres solo; tú hiciste el cielo, el cielo de los cielos, y toda su milicia, la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos; y tú vivificas todas estas cosas, y los ejércitos del cielo te adoran.
Tú eres, Oh SEÑOR, el Dios que escogiste a Abram, y lo sacas­te de Ur de los Caldeos, y pusíste­le el nombre Abraham;
Y hallaste fiel su corazón delan­te de ti, e hiciste con él pacto para darle la tierra del Cananeo, del Heteo, y del Amorreo, y del Ferezeo, y del Jebuseo, y del Gergeseo, para darla a su simien­te: y cumpliste tu palabra, porque eres justo.
Y miraste la aflicción de nues­tros padres en Egipto, y oíste el clamor de ellos en el mar Bermejo;
10 Y diste señales y maravillas en Faraón, y en todos sus siervos, y en todo el pueblo de su tierra; porque sabías que habían hecho soberbiamente contra ellos; e hicístete nombre grande, como este día.
11 Y dividiste el mar delante de ellos, y pasaron por medio de ella en seco; y a sus perseguido­res echaste en los profundos, como una piedra en grandes aguas.
12 Y con columna de nube los guiaste de día, y con columna de fuego de noche, para alumbrarles el camino por donde habían de ir.
13 Y sobre el monte de Sinaí des­cendiste, y hablaste con ellos desde el cielo, y dísteles juicios rectos, leyes verdaderas, y esta­tutos y mandamientos buenos:
14 Y notificásteles el sábado tuyo santo, y les prescribiste, por mano de Moisés tu siervo, man­damientos y estatutos y ley.
15 Y dísteles pan del cielo en su hambre, y en su sed les sacaste aguas de la roca; y dijísteles que entrasen a poseer la tierra, por la cual alzaste tu mano que se la habías de dar.
16 Mas ellos y nuestros padres hicieron soberbiamente, y endu­recieron su cerviz, y no escucha­ron tus mandamientos,
17 Y rehusaron obedecer, ni se acor­daron de tus maravillas que habías hecho con ellos; antes endure­cieron su cerviz, y en su rebelión pensaron poner caudillo para volverse a su servidumbre. Tú empero, eres Dios de perdones, clemente y piadoso, tardo para la ira, y de mucha misericordia, que no los dejaste.
18 Además, cuando hicieron para sí becerro de fundición, y dijeron: Éste es tu Dios que te hizo subir de Egipto; y cometie­ron grandes abominaciones;
19 Tú, con todo, por tus muchas misericordias no los abandonaste en el desierto: la columna de nube no se apartó de ellos de día, para guiarlos por el camino, ni la columna de fuego de noche, para alumbrarles el camino por el cual habían de ir.
20 Y diste tu espíritu bueno para enseñarlos, y no retiraste tu maná de su boca, y agua les diste en su sed.
21 Y sustentástelos cuarenta años en el desierto; de ninguna cosa tuvieron necesidad: sus vestidos no se envejecieron, ni se hincha­ron sus pies.
22 Y dísteles reinos y pueblos, y los distribuiste por cantones: y poseyeron la tierra de Sehón, y la tierra del rey de Hesbón, y la tierra de Og rey de Basán.
23 Y multiplicaste sus hijos como las estrellas del cielo, y metístelos en la tierra, de la cual habías dicho a sus padres que habían de entrar a poseerla.
24 Y los hijos vinieron y poseye­ron la tierra, y humillaste delante de ellos a los moradores del país, a los Cananeos, los cuales entre­gaste en su mano, y a sus reyes, y a los pueblos de la tierra, para que hiciesen de ellos a su volun­tad.
25 Y tomaron ciudades fortalecidas, y tierra pingüe, y heredaron casas llenas de todo bien, cister­nas hechas, viñas y olivares, y muchos árboles de comer; y comieron, y hartáronse, y engro­sáronse, y deleitáronse en tu grande bondad.
26 Empero te irritaron, y rebelá­ronse contra ti, y echaron tu ley tras sus espaldas, y mataron tus profetas que protestaban contra ellos para convertirlos a ti; e hicieron grandes abominaciones.
27 Y entregástelos en mano de sus enemigos, los cuales los afli­gieron: y en el tiempo de su tri­bulación clamaron a ti, y tú desde el cielo los oíste; y según tus muchas miseraciones les dabas salvadores, que los salva­sen de mano de sus enemigos.
28 Mas en teniendo reposo, se volvían a hacer lo malo delante de ti; por lo cual los dejaste en mano de sus enemigos, que se enseñorearon de ellos: pero con­vertidos clamaban otra vez a ti, y tú desde el cielo los oías, y según tus miseraciones muchas veces los libraste.
29 Y protestásteles que se volvie­sen a tu ley; mas ellos hicieron soberbiamente, y no oyeron tus mandamientos, sino que pecaron contra tus juicios, los cuales si el hombre hiciere, en ellos vivirá; y dieron hombro renitente, y endu­recieron su cerviz, y no escucha­ron.
30 Y alargaste sobre ellos muchos años, y protestásteles con tu espíritu por mano de tus profetas, mas no escucharon; por lo cual los entregaste en mano de los pueblos de la tierra.
31 Empero por tus muchas mise­ricordias no los consumiste, ni los dejaste; porque eres Dios cle­mente y misericordioso.
32 Ahora pues, Dios nuestro, Dios grande, fuerte, terrible, que guardas el pacto y la misericor­dia, no sea tenido en poco delan­te de ti todo el trabajo que nos ha alcanzado a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros sacerdotes, y a nuestros profetas, y a nuestros padres, y a todo tu pueblo, desde los días de los reyes de Asiria hasta este día.
33 Tú empero eres justo en todo lo que ha venido sobre nosotros; porque rectamente has hecho, mas nosotros hemos hecho lo malo:
34 Y nuestros reyes, nuestros príncipes, nuestros sacerdotes, y nuestros padres, no pusieron por obra tu ley, ni atendieron a tus mandamientos y a tus testimo­nios, con que les protestabas.
35 Y ellos en su reino y en tu mucho bien que les diste, y en la tierra espaciosa y pingüe que entregaste delante de ellos, no te sirvieron, ni se convirtieron de sus malas obras.
36 He aquí que hoy somos sier­vos, henos aquí, siervos en la tie­rra que diste a nuestros padres para que comiesen sus frutos y su bien.
37 Y se multiplica su fruto para los reyes que has puesto sobre nosotros por nuestros pecados, quienes se enseñorean sobre nuestros cuerpos, y sobre nues­tras bestias, conforme a su voluntad, y estamos en grande angustia.
38 A causa pues de todo eso nosotros hacemos fiel pacto, y lo escribimos, signado de nuestros príncipes, de nuestros Levitas, y de nuestros sacerdotes.