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Quítate, Jerusalén, el vestido de tu luto y de tu aflicción, y vístete para siempre con la belleza de la gloria de Dios. Ponte el manto de la justicia de Dios. Pon en tu cabeza la diadema de la gloria del Eterno. Porque Dios mostrará tu esplendor por doquier bajo el cielo. Porque tu nombre será llamado por Dios para siempre “Paz justa, gloria divina”.
Levántate, oh Jerusalén, y ponte de pie en la altura. Mira a tu alrededor, hacia el oriente, y ve a tus hijos reunidos desde la puesta del sol hasta su salida por la palabra del Santo, alegrándose de que Dios se haya acordado de ellos. Porque se alejaron de ti a pie, llevados por sus enemigos, pero Dios los trae a ti llevados en alto con gloria, en un trono real. Porque Dios ha dispuesto que todo monte alto y las colinas eternas se rebajen, y que los valles se llenen para allanar el terreno, a fin de que Israel vaya seguro en la gloria de Dios. Además, los bosques y todo árbol de olor agradable han dado sombra a Israel por mandato de Dios. Porque Dios conducirá a Israel con alegría a la luz de su gloria, con la misericordia y la justicia que provienen de él.