Tercer libro de los
Macabeos
El Tercer libro de los Macabeos es reconocido como Escritura Deuterocanónica por las Iglesias Ortodoxas Griega y Rusa. La mayoría de las demás tradiciones eclesiásticas lo consideran apócrifo.
1
Filopáter, al enterarse por los que volvían de que Antíoco se había hecho dueño de los lugares que le pertenecían, envió órdenes a toda su infantería y caballería, tomó consigo a su hermana Arsinoe y marchó hasta las partes de Rafia, donde Antíoco y sus fuerzas acampaban. Y un tal Teodoto, con la intención de llevar a cabo su designio, tomó consigo a los más valientes de los hombres armados que antes le habían sido confiados por Ptolomeo, y llegó de noche a la tienda de Ptolomeo, para matarlo bajo su propia responsabilidad, y así poner fin a la guerra. Pero Dositeo, llamado hijo de Drimulo, judío de nacimiento, después renegado de las leyes y costumbres de su país, alejó a Ptolomeo e hizo que una persona desconocida se acostara en su lugar en la tienda. Resultó que este hombre recibió el destino que estaba previsto para el otro. Entonces tuvo lugar una feroz batalla. Los hombres de Antíoco se imponían. Arsinoe subía y bajaba continuamente de las filas y, con los cabellos revueltos, con lágrimas y súplicas, rogaba a los soldados que luchasen con valentía por ellos mismos, por sus hijos y por sus esposas, y les prometía que, si resultaban vencedores, les daría dos minas de oro a cada uno. Así fue como sus enemigos fueron derrotados en un encuentro cuerpo a cuerpo y muchos de ellos fueron hechos prisioneros. Una vez vencido este intento, el rey decidió entonces dirigirse a las ciudades vecinas y animarlas. De este modo, y haciendo donaciones a sus templos, inspiró confianza a sus súbditos.
Los judíos le enviaron a algunos de su consejo y de sus ancianos. Los saludos, los regalos de bienvenida y las felicitaciones de antaño que le hicieron, lo llenaron de un mayor deseo de visitar su ciudad. Después de llegar a Jerusalén, sacrificar y ofrecer ofrendas de agradecimiento al Dios más grande, y hacer todo lo que convenía a la santidad del lugar, y entrar en el atrio interior, 10 quedó tan impresionado por la magnificencia del lugar, y se asombró tanto de la ordenada disposición del templo, que pensó en entrar en el propio santuario. 11 Cuando le dijeron que eso no estaba permitido, que nadie de la nación, ni siquiera los sacerdotes en general, sino sólo el sumo sacerdote supremo de todos, y él sólo una vez al año, podía entrar, no quiso de ninguna manera ceder. 12 Entonces le leyeron la ley, pero él insistió en entrometerse, exclamando que se le debía permitir. Dijo: “Aunque se les privara de este honor, yo no lo haría”. 13 Preguntó por qué, si había entrado en todos los demás templos, ninguno de los sacerdotes presentes se lo había prohibido. 14 Alguien le contestó con todo detalle que había hecho mal en jactarse de ello. 15 “Pues bien, ya que he hecho esto”, dijo, “sea cual sea la causa, ¿no entraré con o sin vuestro consentimiento?”
16 Cuando los sacerdotes se postraron con sus ornamentos sagrados implorando al Dios más grande que viniera a ayudar en el momento de necesidad y a evitar la violencia del feroz agresor, y cuando llenaron el templo de lamentos y lágrimas, 17 entonces los que se habían quedado en la ciudad se asustaron y salieron corriendo, sin saber qué iba a pasar. 18 Las vírgenes, que habían estado encerradas en sus habitaciones, salieron con sus madres, esparciendo polvo y ceniza sobre sus cabezas, y llenando las calles de gritos. 19 Las mujeres que acababan de prepararse para el matrimonio salieron de sus cámaras nupciales, abandonaron la reserva que les correspondía y corrieron desordenadamente por la ciudad. 20 Los niños recién nacidos fueron abandonados por las madres o las nodrizas que los atendían, unos por aquí, otros por allá, en las casas o en los campos; éstos, ahora, con un ardor que no podía ser frenado, entraban en tropel en el templo del Altísimo. 21 Los que se reunieron en este lugar ofrecieron diversas oraciones a causa del impío intento del rey. 22 Junto a ellos había algunos de los ciudadanos que se animaron y no se sometieron a su obstinación y a su intención de llevar a cabo su propósito. 23 Llamando a las armas y a morir con valentía en defensa de la ley de sus padres, crearon un gran alboroto en el lugar, y con dificultad fueron devueltos por los ancianos y las ancianas al puesto de oración que habían ocupado antes. 24 Durante este tiempo, la multitud siguió orando. 25 Los ancianos que rodeaban al rey trataron de muchas maneras de desviar su mente arrogante del designio que había formado. 26 Él, en su ánimo endurecido, insensible a toda persuasión, seguía adelante con el propósito de llevar a cabo este designio. 27 Sin embargo, hasta sus propios oficiales, al ver esto, se unieron a los judíos en una apelación a Aquel que tiene todo el poder para ayudar en la presente crisis, y no guiñar el ojo ante tan altanera anarquía. 28 La frecuencia y la vehemencia del grito de la muchedumbre reunida fue tal, que se produjo un ruido indescriptible. 29 No sólo los hombres, sino las mismas paredes y el suelo parecían resonar, pues todo prefería la muerte antes que ver el lugar profanado.